Reinventar la salud global: eficiencia, autosuficiencia y transformación de los ecosistemas

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Las últimas dos décadas han sido testigos de avances sin precedentes en la salud global: se han salvado decenas de millones de vidas, se han reducido drásticamente las tasas de mortalidad y se ha ampliado la esperanza de vida incluso en las naciones más pobres. Sin embargo, el panorama está cambiando. Los presupuestos de los donantes se están reduciendo, los países receptores exigen una mayor autonomía y las comunidades buscan un mayor control sobre sus resultados de salud. El modelo existente, aunque exitoso, ya no es sostenible.

Para mantener el impulso, la salud mundial debe sufrir una transformación fundamental: volverse más eficiente, más receptiva a las prioridades nacionales y más integrada e innovadora. El Fondo Mundial, una fuerza fundamental en este progreso, debe liderar la carga.

Maximizar el impacto: exprimir cada dólar

La primera prioridad es garantizar el máximo valor de cada dólar invertido. Esto significa acelerar el acceso a innovaciones que salvan vidas, como lo ejemplifica la rápida implementación de lenacapavir, una herramienta de prevención del VIH altamente efectiva, en países de ingresos bajos y medianos simultáneamente. De manera similar, se están implementando rápidamente mosquiteros de próxima generación, un 45% más efectivos con un aumento marginal del costo, y rayos X digitales habilitados por inteligencia artificial para la detección avanzada de tuberculosis.

El tiempo es crítico. Los retrasos cuestan vidas. Escala es igual a impacto. Los programas piloto burocráticos y la lentitud en su implementación son inaceptables. Pero la innovación por sí sola no es suficiente. La asequibilidad, los sistemas de salud débiles, el estigma y la discriminación siguen siendo barreras formidables. Llegar a quienes corren mayor riesgo no es simplemente un imperativo ético; es una necesidad epidemiológica y económica.

Para maximizar el impacto también es necesario romper con los silos entre los programas de enfermedades e integrar los servicios de salud. Un enfoque holístico que aborde las enfermedades infecciosas junto con las afecciones no transmisibles y la salud mental ofrece mejores resultados y ahorros de costos. Las mejoras continuas en la eficiencia son esenciales. El Fondo Mundial, que ya opera con un 6 % de gastos generales, está aprovechando la tecnología, incluida la inteligencia artificial, para reducir los costos en otro 20 % y, al mismo tiempo, optimizar los procesos.

Acelerar la autosuficiencia: una transición gradual

Con la financiación de los donantes bajo presión, los países deben acelerar su camino hacia la autosuficiencia. No se trata de un cambio abrupto sino de una transición gradual. Una retirada demasiado apresurada descarrilará el progreso y costará vidas. El Fondo Mundial se asociará con los países para desarrollar planes de transición personalizados, incentivando la autosuficiencia y garantizando al mismo tiempo la continuidad.

Para algunas naciones, esto significa un ciclo de subvenciones de tres años como último. Otros pueden requerir dos ciclos. Para todos los Estados, excepto para los más frágiles, son esenciales planes de transición sólidos. El apoyo incluye fortalecer la gestión financiera pública, desbloquear nuevas fuentes de financiamiento y facilitar los canjes de deuda por salud.

Los países pueden mantener el acceso a medicamentos asequibles aprovechando el mecanismo de adquisiciones mancomunadas del Fondo Mundial. Al ofrecer prefinanciamiento y colaborar con plataformas regionales, las naciones obtienen un mayor control sobre los costos. Incluso en Estados asolados por conflictos o con dificultades económicas, la creación de sistemas sostenibles sigue siendo primordial.

Transformando el ecosistema de salud global

El Fondo Mundial nació de la disrupción: el reconocimiento de que el status quo era demasiado lento y burocrático. Esa misma energía inquieta se necesita ahora. La actual arquitectura sanitaria mundial está fragmentada, duplicada e ineficiente. La racionalización es esencial. Fusionar o cerrar agencias redundantes, aclarar funciones y simplificar la colaboración no son negociables.

El Fondo Mundial, como el mayor financiador multilateral, debe aprovechar sus fortalezas: capacidades de configuración de mercados, adquisiciones globales y fortalecimiento de los sistemas comunitarios. Sin embargo, su evolución debe alinearse con una visión más amplia, que abarque a la OMS, Gavi, ONUSIDA, asociaciones de desarrollo de productos y bancos de desarrollo.

Los enfoques bilaterales sólo exacerbarán la complejidad. Fortalecer el sistema multilateral es el único camino viable. Las decisiones difíciles son inevitables. Las limitaciones de recursos exigen una priorización rigurosa. La transformación debe ser impulsada por el liderazgo nacional y los organismos regionales, no dictada desde Ginebra o Nueva York.

La elección es cruda: adaptarse o erosionarse. El progreso de las últimas dos décadas demuestra lo que es posible cuando el mundo actúa en conjunto. Pero el modelo existente ya no es sostenible. Los próximos 20 años pondrán a prueba si podemos reinventar el sistema con la misma audacia con la que lo creó. El futuro de la salud mundial depende de ello

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